En plena celebración por el 40 cumpleaños del Golf GTI, nosotros hemos decidido rizar un poco más el rizo y probar el que es, hasta la fecha, el Golf de producción más potente de la historia. Un vehículo que cambia esas tres históricas siglas por una sola, la ‘R’. La decimonovena letra del abecedario fue la elegida por Volkswagen para denominar a esta auténtica bestia del asfalto.
No obstante, todavía son muchos los que, a día de hoy, siguen preguntando si este es el R32 que apareció a principios de siglo. En cierto modo, sí, porque el Golf R es el heredero natural de aquel modelo que cautivó a toda una generación, gracias a su descomunal motor V6 de 3.2 litros y 250 CV; pero nuestro protagonista ha ido un paso más allá.
Sobrepotenciado
En primer lugar, cuando la marca decidió aplicarle el downsizing y sustituir el V6 por un cuatro cilindros en línea, de 2.0 litros y turboalimentado. Pese a la clara reducción de cilindrada, que provocó además la desaparición de la numeración de su denominación, el Golf R consiguió aumentar la potencia hasta los 270 CV. Y en segundo, cuando a finales de 2013 le actualizó para entregar los 300 CV que anuncia la variante que nosotros hemos probado.
Un nuevo turbo, una culata rediseñada, nuevas válvulas de escape, asientos de válvula y muelles, así como nuevos pistones y retoques en el sistema de inyección fueron algunos de los retoques que se introdujeron y que le convirtieron en el Golf más fiero jamás fabricado… hasta el momento. Sí, porque con la octava generación, que se presentará en cuestión de semanas y que llegará al mercado a principios del próximo año, la marca alemana aprovechará para poner en liza una variante que llevamos tiempo esperando: el Golf R400 –no hay que explicarte el porqué de ese número ¿verdad?-. No obstante, hasta que llegue ese momento, lo mejor será centrarnos en lo que tenemos delante, que no es precisamente poco.
Sabes lo que llevas
Más allá de la ‘R’ que se ubica tanto en la parrilla, como en los pasos de rueda delanteros o en el portón trasero, esta variante cuenta con elementos exclusivos como las llantas de aleación de 18 pulgadas modelo CADIZ –en opción hay unas tipo PRETORIA de 19 pulgadas que equipaba nuestra unidad-, la cuádruple salida de escape, los paragolpes específicos, las luces diurnas, los pilotos traseros oscurecidos, pinzas de freno en gris con el logo y el color Lapis Blue Metallic que, por cierto, nos encanta.
En el habitáculo, los principales cambios son los asientos deportivos, que pueden ir tapizados en tela o Alcantara, las molduras cromadas del salpicadero, los pedales de aluminio y el cuadro de relojes específico, con las agujas pintas en azul y el velocímetro ajustado a 320 km/h.
¡A rodar!
Una vez que hemos ‘cogido posición’ y nos hemos puesto cómodos, toca el momento de la verdad. Arrancamos a través del botón situado a la izquierda de la palanca de cambios que, en nuestro caso correspondía con la automática DSG de doble embrague y seis relaciones que tiene un sobrecoste de 2.170 euros. En un primer momento, el sonido que emerge de los cuatro tubos de escape nos puede dejar algo fríos, sobre todo si en ese momento recordamos la increíble melodía del R32. Al instante desplazamos nuestra mano unos centímetros hacia abajo para pulsar el botón ‘Mode’ que nos permite seleccionar los diferentes modos de conducción, eligiendo a la primera el denominado Race. En ese instante, el borboteo de los escapes se hace más acusado en una clara muestra de que hemos seleccionado el programa más bestia del modelo.
Junto a él, y para quienes quieran algo menos de adrenalina, el Golf R propone otros cuatro más: Individual, Normal, Comfort e incluso Eco. Nosotros dejamos seleccionado el Race ya que su principal característica es que permite acelerar más rápido desde parado gracias a que eleva ligeramente el régimen del motor. Un hecho que comprobamos en el preciso instante en el que pisamos a fondo el acelerador, saliendo propulsados hacia delante. Bien es cierto que la sensación de empuje es menor que en otros modelos, pues nuestra espalda no se pega al asiento tan bruscamente, pero conseguir parar el crono en 4,9 segundos al alcanzar los 100 km/h es un dato que muy pocos coches pueden lograr.
Tras la muestra de poderío en recta acompañada, ahora sí, de un sonido muy brabucón, toca comprobar cómo se desenvuelve en zonas más viradas. A pocos metros de entrar en la primera curva a izquierdas, frenamos con contundencia para ver si esa gran pinza de freno en gris es solo atrezo o realmente cumple su función. Por suerte, su trabajo es encomiable al tiempo que la dirección nos coloca, con un simple ‘toque’ de volante, en la trayectoria que habíamos marcado con la vista.
Mientras tanto, el jugueteo de nuestros dedos con las levas es casi constante. El motivo no es otro que lograr una máxima aceleración en todo momento, ya que el Golf R no responde con inmediatez a las órdenes del pedal si circulamos con el modo automático puesto. Tras la zona de curvas rápidas, toca el tramo más revirado. En las primeras enlazadas notamos algo más de pesadez para cambiar de trayectoria, pero sin llegar a perder el elevado ritmo que llevábamos.
Lo bueno es que la sensación de control es elevadísima en todo momento. Circunstancia que hay que agradecer, primero, la tracción integral 4Motion, que funciona mediante un embrague Haldex, y, segundo, al diferencial electrónico XDS+ equipado en ambos ejes, el cual es capaz de frenar las ruedas situadas en el interior de la curva, reducir el subviraje y lograr que el giro sea más acusado. Todo ello siempre y cuando no modifiques la permisividad del control de estabilidad, ya que si decides desactivarlo y te encuentras con una curva muy cerrada, es fácil que el eje trasero deslice ligeramente.
Otro elemento de fácil agradecimiento pero que tendrás que pedir aparte por 900 euros, para nosotros de forma obligatoria, es la suspensión adaptativa electrónica, DCC. Con ella, podrás variar la dureza de los amortiguadores entre Comfort, Normal y Sport para disfrutar de un coche más cómodo para diario o más fiero si tienes la oportunidad de sacarlo al circuito.
No obstante, pese a esta versatilidad, el Golf R cuenta con un gran hándicap, el consumo. En efecto, esta variante ofrece un gasto muy elevado en cualquier circunstancia. Realizando una conducción normal, el dato no baja de 9 l/100 km mientras que si decidimos exprimirle las tuercas, veremos cómo las cifras son siempre superiores a 15 o 16 l/100 km.
Un contratiempo que quizá no sea de importancia para unos propietarios que pueden permitirse pagar los 43.600 euros que cuesta de serie o los 53.380 euros de nuestra unidad de pruebas. Cifras que pueden llegar a ser meros actores secundarios para todos aquellos que buscan ese toque de radicalidad, dinamismo y distinción que le otorga esa R.