Por ser práctico, debería llamar lo antes posible a Italia, a SantAgata, para ser más exactos. Lamborghini... En un caso así, resulta difícil sentir compasión por tu jefe.
Se trata nada más y nada menos que del nuevo Murciélago LP640. El deportivo de serie más potente del mundo. Una cita para conducirlo en el circuito de carreras. ¡Definitivamente, nada de compasión! ¿Serán pues síntomas de la ilusión estas mariposas en el estómago? No, también despierta una gran sensación de respeto. Una emoción que hace tiempo que uno no siente con tanta fuerza por un automóvil. 12 cilindros. 640 caballos de potencia. Los 100 km/h en 3,4 segundos. 340 kilómetros por hora de velocidad máxima.
Sinceramente, son características que quitan sueño. Y dado que los chicos de Lamborghini lo saben perfectamente, prefieren hacerte volar por la tarde y dejarte temblando una noche más. Sin compasión.
Lamborghini en territorio Ferrari
A la mañana siguiente, en el circuito de carreras de Ferrari en Mugello, por fin llega el gran momento. La conferencia de prensa y las instrucciones sobre circuito pertenecen al pasado. En la calle de boxes se agazapan sobre el asfalto, dispuestos en formación de vuelo, siete bombarderos invisibles con características que han tomado prestadas del Countach. El mío, pintado en nácar metalizado, me saluda con su puerta vertical abierta hacia arriba. El motor ya está en marcha, jadeante e impaciente por echar a volar. El aire que surca la parte trasera centellea.
La recompensa de noches intranquilas
En cambio, poco antes de abandonar la calle de boxes, el Lamborghini amarillo que me precede empieza a rugir. Algunos milisegundos después, la distancia entre el instructor y mi coche supera con creces la reglamentaria en carretera. O sea, que sólo se trata de acelerar. ¡Será un placer! Una caricia en el acelerador y dos pulsaciones con el índice derecho más tarde, parece que la distancia se ajusta más a mis expectativas. Para meterse de lleno en la carrera y tomar la primera curva acelerando lo menos posible. Poco después todo recto: pisar a fondo y frenar en seco. Una combinación izquierda-derecha, luego pasamos a la compresión y en una larga curva a la derecha, directos a la cima.
Sólo cuando uno llega a la recta final tiene la oportunidad de pensar en las 15 curvas que acaba de dejar atrás. En la descabellada aceleración transversal, los bruscos sprints intermedios, el extraño hecho de que a 200 km/h y en quinta marcha baste una pequeña aceleración para que la aguja del tacómetro se plante en los 230. Menos mal que los frenos de carbono-cerámica (opcionales) actuaron en todo momento como un paracaídas y que, dentro de todo el purismo, contaba al menos con ABS a bordo.
Dar y recibir
Lo extremo encuentra su máxima expresión en esta baratija de 250.000 euros. El Murciélago es, sobre todo, extremadamente auténtico: no posee un programa electrónico de estabilidad tipo ESP. Del piloto se espera que aporte la madurez ética necesaria y sepa cómo reaccionar ante un superbólido deportivo.
A pesar de que una gran parte de la carrocería es de carbono, este toro pesa ya sin combustible casi 1,7 toneladas. Con conductor y 100 litros de gasolina a bordo llega a superar 1,8 toneladas. El elevado peso no puede desaparecer como por arte de magia. En curvas estrechas, el automóvil se apoya perceptiblemente sobre las ruedas delanteras, sorprendentemente delgadas (245/35 ZR 18). Al acelerar y en las curvas rápidas, sin embargo, se agarra con las cuatro ruedas al asfalto - demos las gracias a su permanente tracción a las cuatro ruedas (embrague Visco; par dividido en una proporción de 30/70; en caso necesario, hasta el 100% en un eje). El único medio auxiliar regulador es un control de la tracción, ya que los 640 CV no conocen la piedad e incluso podrían hacer que echaran humo los neumáticos traseros de 335 de ancho, como si nada.
En resumen
Aquel que haya conducido alguna vez un Murciélago no podrá olvidar en toda su vida lo que se siente. En tiempos de un creciente paternalismo electrónico, el toro de SantAgata sigue siendo un animal salvaje. Recompensa a cualquiera que sepa cómo tratarlo. Con todos los demás no muestra ningún tipo de compasión. El Murciélago puede permitírselo, de hecho debe su nombre a un animal recompensado por su bravura: un toro de lidia indultado después de una legendaria corrida. No por compasión, sino por respeto.