Sin embargo, una comparativa directa realizada durante un breve curso de conducción en circuito cerrado reveló ligeras diferencias en la configuración.
Sobre todo los conductores que midan más de 1,85 metros o algo entraditos en carnes se sentirán más a gusto en el Mini «normal» –también denominado Hatchback. Éste ofrece más espacio en todas las direcciones y, en caso necesario, el banco trasero también puede alojar a dos pasajeros. Una opción que el modelo Coupé de diseño más estrecho no puede ofrecer, aunque a cambio la ausencia de banco trasero le permite contar –contra toda lógica coupé– con una mayor capacidad de carga. Con un total de 280 litros, el espacio de carga es casi el doble que el de que su hermano mayor.
Inapreciable en el día a día
Sin embargo, la capacidad de carga no será precisamente la razón que anime a los compradores a invertir unos 2.000 euros más (al menos 21.600 euros). Tan solo la denominación coupé ya augura un automóvil más elegante, rápido y, por supuesto, más dinámico; al menos eso es lo que promete la publicidad. En este sentido, el hecho de que la diferencia entre el Hatchback y el Coupé resulte prácticamente inapreciable en carretera se convierte en un detalle sin importancia.
Sin embargo, en algún lugar ha de esconderse ese ADN más deportivo del Coupé. Y el mejor lugar para descubrirlo es en un curso de conducción en circuito cerrado. Y a ser posible con el correspondiente modelo tope de gama equipado con un motor John Cooper Works, que dicho sea de paso también está disponible desde hace poco en el Countryman de tracción integral. A partir de 1,6 litros de cilindrada turboalimentada se desarrolla una potencia de 211 CV y un par motor de 280 Nm que impulsan al Mini normal en 6,5 segundos y al Coupé en una décima de segundo menos hasta los 100 km/h. Las velocidades máximas también se sitúan prácticamente al mismo nivel (238 y 240 km/h) y si tenemos en cuenta la imprecisión de los tacómetros instalados la diferencia bien podría ser indetectable.
Optimizado en detalle
El hecho de que el Coupé se muestre algo más deportivo en el circuito de conos se debe a la configuración adaptada al peso de su chasis. Unos amortiguadores algo más duros, un estabilizador más ancho y 25 kg menos de peso hacen que su comportamiento al límite sea diferente. A esto cabe añadir un centro de gravedad más bajo que hace que el Coupé se muestre más asentado en carretera y un spoiler trasero que se despliega automáticamente y que añade hasta 40 kg de peso sobre el eje trasero de este tracción delantera.
El resultado es una maniobrabilidad aún más precisa y, sobre todo, una reacciones al cambio de cargas mucho menos perceptibles. Mientras que el Hatchback contesta al hecho de levantar el pie del acelerador en curva con un evidente desplazamiento de la zaga hacia el exterior, el Coupé permanece inalterable ante este tipo de jueguecitos del conductor. Dado que el morro del Coupé soporta unos cuantos kilos más sobre su eje delantero, este Mini de techo aplanado cuenta con un mayor agarre en las ruedas motrices, gracias a lo cual a la salida de la curva se muestra aún más resolutivo que su hermano de cuatro plazas –ya de por sí sumamente dinámico.
Conclusión
Sin lugar a dudas, ambas versiones son sinónimo de diversión al volante y las diferencias entre el Coupé y el Hatchback solo se hacen patentes en situaciones límite. En este sentido, el modelo biplaza demuestra que ha sido más aplicado en las clases de formación y que es un poco más deportivo. Con una tracción ligeramente mejor y un centro de gravedad más bajo esta versión se deja maniobrar de forma más precisa entre los conos.
Sin embargo, decir que el Hatchback resolvió mal esta prueba sería algo exagerado –a la par que injusto–, ya que el Mini de cuatro plazas no se queda atrás en el circuito de maniobras y, por supuesto, tampoco en cuanto a diversión al volante.