La junta de la culata es una pieza que permite el montaje hermético del bloque motor y la culata. Debe soportar temperaturas extremas, presión y dilataciones y está sometida a mucho estrés, por lo que es una parte que debemos cuidar y vigilar para evitar averías que suelen ser caras.
El principal enemigo de la junta de la culata es el exceso de temperatura, pero también le afecta el uso de líquidos refrigerantes de mala calidad (o usar sólo agua, por ejemplo) y no vigilar el correcto nivel del mismo.
Cuáles son los síntomas de un fallo en la junta de culata
Cuando una junta de culata se estropea suelen suceder varias cosas. Ante cualquiera de estos síntomas debemos dejar de circular con el vehículo y llevarlo al taller para evitar que la avería sea más grave. Cambiar una junta de culata no es barato (hay que desarmar la parte superior del motor), pero es mucho más económico hacerlo a tiempo que estropear la culata o el bloque motor.
Los principales síntomas de un fallo en la junta de culata son:
Consumo de refrigerante y humo: si el coche echa humo blanco por el escape y el nivel de refrigerante del vaso de expansión baja, casi seguro que se debe a un fallo en la junta de culata.
Exceso de temperatura: cuando la junta de culata falla, el fuego de la cámara de combustión se cuela en el circuito de refrigeración, elevando en exceso la temperatura del motor.
Falta de potencia: al fallar la junta de culata, uno o varios cilindros dejan de ser herméticos y el motor pierde prestaciones debido a la falta de compresión.
Dificultad para arrancar: debido a la menor compresión, los motores tardan más en arrancar, especialmente los diésel.
Cómo evitar averías en la junta de culata
La junta de culata no es un recambio caro en sí mismo, pero su reparación sí es costosa debido a que es necesario desmontar la parte superior del motor, lo cual puede llevar muchas horas en determinados modelos.
Para evitar una avería que suele estar por encima de los 600 euros, lo mejor es seguir estos consejos:
Cambia el refrigerante cada 2 años: el anticongelante, además de evitar la congelación en invierno, tiene la misión de mantener sin óxido y lubricado el circuito de refrigeración. Con el tiempo se deteriora y pierde propiedades. Debe cambiarse cada dos años o en el plazo especificado por el fabricante.
Vigila la temperatura: en los viajes por carretera, especialmente en verano o cuando vamos muy cargados, debemos estar muy pendientes de la temperatura del motor y aliviarlo si vemos que sube demasiado.
Mantén limpio el radiador y el frontal: los mosquitos, la suciedad o incluso objetos como una bolsa o un papel que se cuele en la parte frontal del vehículo pueden obstruir el paso de aire hacia el radiador y que éste deje de refrigerar suficientemente.
Estado de los manguitos: los tubos de goma que recirculan el refrigerante se deterioran con el tiempo y pueden provocar fugas que acabarán dañando la culata por temperatura.
Termostato: en el circuito de refrigeración hay un grifo que abre más o menos el paso de agua al radiador para mantener el motor a la temperatura correcta. Si ese grifo falla y se queda cerrado, el refrigerante subirá mucho de temperatura y acabará provocando un fallo en la junta de culata.